martes, abril 11, 2006

Semana chanta

Nadie cuestiona el carácter profundamente religioso del pueblo español que me circunda. Incluso su inquebrantable fe cristiana ha sido su legado colonizador más importante en las tierras del virreynato. De allí provengo y a base de más de doce años de educación acorde a las viejas espectativas de los reyes católicos puedo atestiguar cada uno de estos dogmas. Conozco a la perfección la obra de Santo Domingo y puedo rezar de corrido cien padre nuestros. He pecado más de un centenar de veces y he desarrollado un minucioso sentimiento de culpa acorde a mi implacable conciencia.
Vi por televisión todas las caminatas a Luján y participé en algún que otro vía crucis de la parroquia del barrio.
Una vez fui a Italia y pagué el canon correspondiente para acceder al Vaticano.
Trato de no comer carne los viernes, aunque confieso que sólo es por balancear mi dieta.
Conozco casi de memoria los hits de la Biblia e incluso me animo a recitar alguno de sus versículos.
Me conmovió la noticia de la muerte del Papa pero justo ese día tenía una despedida de soltera así que por un rato se me olvidó.
En el día de mi comunión, Jesús ocupaba el primer puesto de mi top ten de ídolos populares. (Supongo que por esa época el segundo lugar se lo adjudicaba Donovan de V Invasión Extraterrestre o alguién así).
Tengo todos sus libros, películas, canciones, fotos y posters. Mi deuda pendiente es el Nuevo Testamento autografiado.
En definitiva...
puedo hablar con conocimiento de causa.
¿Cuál es la causa?
Todo bien con la religiosidad, pero estamos a martes y desde el domingo que en este pueblo no queda ni el loro. Jesús se muere recién el viernes y acá ya están todos de joda. El gimnasio cerrado, los negocios de ropa cerrados, las fábricas cerradas, los supermercados abiertos casi por excepción y con una dinámica de trabajo tipo farmacia de turno en año nuevo.
Al final, sólo las empresas con cierto resabio de la obra jesuítica en Argentina parecen ser las únicas que respetan los verdaderos mandamientos de la actividad comercial.
Y gracias a que una vez me saqué fotos en las ruinas de San Ignacio sigo como una boluda viniendo a trabajar.

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