jueves, mayo 04, 2006

Consultas

Será que no puedo hablar demasiado, que me decido a retomar ciertos hábitos de escritura.
Hoy tengo un diente menos a pura conciencia. Bajo un acto de total y absoluto masoquismo me sometí al delirio de cierto sádico que me extirpó de raiz algunas cuestiones de mi vida pasada que no estaban funcionando.
Aquellos pocos que tuvieron el privilegio de verme, afirman que en el día de la fecha mi cara les recuerda a cierto personaje de un famoso programa infantil mejicano.
Pero lo cierto es que todo esto viene a cuento de otra cosa...
Majda Sprek o algo así fue siempre mi dentista, (Maida, bah). Tenía ese rarísimo nombre porque era italiana, pero de esos italianos que vivían cerca de la frontera con Yugoslavija o un cuento parecido.
Mi mamá nunca perteneció a ninguna congregación o fuerza organizativa que rigiera sus creencias a rajatabla. Sin embargo Majda siempre fue su Opus Dei.
Ningún miembro de la familia podía salirse de ese designio: para cualquier problema con los dientes...había que ir de Majda. Majda era la única, la mejor, la opción más segura y racional que podíamos tomar en cuestiones relacionadas con la boca.
Cambiar el dentista a hurtadillas se consideraba una traición fatal y traía como consecuencia un millón de advertencias y maldiciones profesadas bajo la dentadura de mi madre:
-Te van a estafar
-Te van a torcer los dientes
-Lo barato sale caro
-Vos hace lo que quieras, pero pagaste tanto dinero por una dentadura tan linda, es una lástima que se te arruine justo ahora.

En mi casa, reinaba el despotismo dental. Y nuestras bocas se regían bajo un régimen que no conocía la alteridad odontológica. Majda era nuestro comunismo y mi madre el Fidel Castro que nos convencía de que esa era la única opción buena y aceptable.

Lo cierto es que Majda sí era una buena dentista que además se daba el lujo de no trabajar con obra social. Esta permisividad laboral, estaba garantizada gracias a tres circunstancias:
-Su buen trabajo
-La propaganda autoritaria de mi madre
-Trabajar con la comunidad Yugoslava en argentina, comunidad que según mi madre "tenía mucho dinero". (¿Yugoslavija no era ese país que siempre estaba en guerra y al que nos llegaban imágenes de casas destruidas y pobreza absoluta?. ¿Raro no?).

Respecto a este último punto, hubo siempre cierta particularidad que me llamó la atención cada vez que moría en la sala de espera. Majda siempre estaba rodeada de pacientes yugoslavos y cada vez que salía o entraba uno se los escuchaba hablar en un idioma extrañísimo (yugoslavo, supongo) que no sólo me llamaba la atención, sino que además me hacía reflexionar el siguiente comentario mental: "como son los guetos... siempre tan cerrados, incluso en el dentista. Andá a saber de qué cosa de su país de origen estarán hablando".

...
Hacía como quince días que el dolor de muela se me hacía totalmente insuperable y despues de tomarme todos los ibuprofenos que tenía, me autoconvencí que debía estirparme esa cosa que me estaba molestando.
Dadas las circunstancias, por primera vez en mi vida mi boca se sentía húerfana. Sin saber que hacer, y tras años de adoctrinamiento sanitario, llegué a barajar la posibilidad de seguir aguantando el dolor hasta que vaya de visita a Buenos Aires...y de visita a Majda.
Amenazada bajo el puño de mi contraparte afectiva, decidí empezar a moverme en el terreno nuevo.
¿Que tal los dentistas del hospital?
¿Que tal los privados?
¿Es verdad que la odontología en España es tan mala como dicen?
¿Alguien conoce un dentista para recomendar?
Lo cierto es que tras un par de días de investigación de mercado caí en una clínica privada. Y en este punto les voy a ser total y absolutamente sinceros: yo también me comí el mito de los dentistas españoles malos. Con mis prejuicios y mi ignorancia a cuestas, terminé en la clínica de un cordobés de Capilla del Monte.
Reconozco que el diploma homologado de la Universidad de Córdoba era mi voto de confianza.
Sin embargo, al llegar a la consulta, caí bajo la atención de otro dentista del equipo, que si bien no era cordobés, había tenido un consultorio en Ramos Mejía antes de levantar campamento.
-¡Cerca de mi casa! -pensé- y me sentí tranquilita mientras me metia los garfios en la boca.
El tipo mientras me atendía me hablaba del Plaza Oeste, del Sarmiento y de la avenida San Martín al 700. Yo le contestaba no se que cosa de Showcenter y de los boliches de Gaona. La asistente que le pasaba los materiales -gallega de pura cepa- ya ni siquiera miraba extrañada, asumo que cansada de escuchar siempre las mismas boludeces.
...
Hoy a la mañana me sentí un yugoslavo en una consulta con Majda y confienso que esto me molestó bastante. Supongo que un poco porque tira por la borda dos décadas de convicciones antigueto y otro poco porque la charla sobre el Plaza Oeste a doce mil km de su patio de comidas, me hizo sentir una reverenda pelotuda.

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